Índice
- Las palabras (aparentemente) inocentes en pareja
- Mi experiencia con los apodos familiares
- El descubrimiento que nos dejó en shock (después de 20 años)
- Cuando el cariño se convierte en una trampa invisible
- Expectativas, egos y la balanza emocional.
- El poder del diálogo incómodo (pero necesario)
- Cómo encontrar la fórmula ganadora para tu relación
Las palabras (aparentemente) inocentes en pareja
Seguro que has usado o escuchado apodos cariñosos en pareja: “cari”, “gordi”, “cosita linda”… Todos suenan amoroso, dulces y entrañables, pero ¿alguna vez te has parado a pensar qué mensaje subliminal esconden? Yo tampoco… hasta que un día, después de dos décadas, me explotó la cabeza.
Te lo cuento.
Mi experiencia con los apodos familiares
En mi primer matrimonio, mi marido tenía una hermana menor a la que toda la familia seguía llamando “la niña”… a sus treinta y pico. Lo decían con total naturalidad, como si no hubiera crecido desde los cinco años. Yo siempre me pregunté: ¿una mujer adulta sigue siendo “la niña”? ¿Dónde está el límite? ¿A los 80 le seguirán llamando “la niña” mientras toma sopita con cuchara temblorosa?
Pero en fin, la costumbre es la costumbre.
Sin embargo, lo que no me esperaba era que, años después, me iba a encontrar en una situación aún más enrevesada con mi propia pareja.
El descubrimiento que nos dejó en shock (después de 20 años)
En mi segundo matrimonio, mi mujer y yo nos llamamos “chikitina”. Un apelativo tierno, amoroso, adorable… hasta que nos dimos cuenta de que nos habíamos metido en una trampa sin darnos cuenta.
Y lo peor: ¡nos llevó 20 años verlo!
Sí, lo sé… somos lentas. Si hubiera un premio al “despertar tardío”, lo recibiríamos con honores.
Pero, ¿cuál era la trampa?
Cuando el cariño se convierte en una trampa invisible
Un día, en uno de nuestros cafés matutinos, reflexionamos sobre lo mucho que habíamos crecido juntas. Más tiempo la una con la otra que con nuestros propios padres. Y entonces, mi mujer me miró y me dijo:
—¿Qué pasa, chikitina?
¡WOW! Eureka, revelación, luz cegadora en mi cerebro.
De repente, me di cuenta de algo: esa chikitina me hacía sentir pequeña, dependiente, protegida. Y lo más grave… ¡Sin darme cuenta!
Si tienes TDAH o una autoestima más baja, esta clase de palabras pueden hacerte retroceder mentalmente a una versión infantil de ti misma, delegando inconscientemente en la otra persona la responsabilidad de tu bienestar.
Y ahí es donde la balanza se empieza a desequilibrar.
Expectativas, egos y la balanza emocional
Cuando en una pareja uno asume el papel de protector y el otro el de protegido, se crea una dinámica peligrosa. Porque, aunque no lo digamos en voz alta, esperamos que el otro cumpla con ese rol.
Pero… ¿Qué pasa cuando la “protectora” necesita ser protegida?
¿Y qué ocurre cuando la “chikitina” quiere ser adulta, pero su pareja sigue tratándola como una niña?
Exacto. Minirupturas emocionales invisibles, que poco a poco van minando la relación sin saber muy bien que es lo que está ocurriendo. Por eso es sumamente el diálogo en pareja.
El poder de las conversaciones incómodas (pero necesarias)
Cuando sentimos que algo falla en la pareja, solemos hacer dos cosas:
- Ignorarlo con un “bah, son cosas mías”.
- Guardarlo en el cajón de “no es para tanto”.
Error.
Hablarlo es clave. Y no cualquier charla: conversaciones incómodas. Esas que te remueve, que te confronta, que te obliga a ver lo que no quieres ver.
No siempre es fácil porque el ego de ambos entra en acción, y ahí es cuando la conversación puede convertirse en una batalla campal. Pero, si se gestiona bien, se transforma en un portal hacia una relación más sana y equilibrada.
Y si la cosa se atasca, pedir ayuda no es signo de debilidad, sino de inteligencia emocional.
Cómo encontrar la fórmula ganadora para tu relación
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